Abordaremos ahora el tema central de este
ensayo,
comenzando con las percepciones
italianas sobre América Latina. Los fascist
as
italianos heredan un conjunto de ideas y
visione corrientes en Italia y en
Europa acerca
de Latinoamérica. En pocas palabras América
Latina, en general,
sería una región:
1. perteneciente
a la Civilización
occidental en su variante
“latina” pero periférica y dependiente de
Europa;
2. aun
subdesarrollada económica,
cultural y socialmente;
3. caóticamente
heterogénea, híbrida,
en el aspecto antropológico-racial, con la
presencia de
elementos humanos “menos desarrollados” o “decaídos” (negros e
indios);
4. poco
poblada y meta natural de la
emigración europea;
5. con
estados débiles, poco definidos
en términos políticos e institucionales, y
en
busca de inspiración externa;
6. bajo
la amenaza de una hegemonía
Las manifestaciones políticas autoritarias
latinoamericanas
llaman naturalmente la
atención. Entre los años veinte y treinta el
autoritarismo latinoamericano transita de las
formas caudillistas decimonónicas
a dictaduras
más modernas (militares y civiles). Varios
dictadores buscan en el
fascismo italiano una
inspiración superficial (estilo), selectiva y
pragmática
(militarismo, resurrección nacional
, antiimperialismo) sin llegar siquiera a
las
formas “parafascistas” ibéricas (Salazar, Primo
de Rivera, Franco). Algunos
intelectuales
encuentran, sin duda, una inspiración más
sustantiva, además se
forman algunos
movimientos sedicentes “fascistas” o de
apariencia
fascista.
liderazgo autoritario y proponer además un
cambio de equilibrios
geopolíticos favorable
tanto a las potencias emergentes como a las
“periferias”
dependientes (que se liberarían de
los imperialismos tradicionales) resultaba
obviamente atractiva y en sintonía con
problemáticas generales y coyunturales
(integración nacional, industrialización
incipiente, crisis económica,
imperialismo
“plutocrático”, rivalidades regionales, rezagos
oligárquicos,
debilidades institucionales). La
aplicación controlada y desde arriba de un
“recetario” fascista evitaría los riesgos de una
movilización fascista desde abajo, que pudiera
tornarse peligrosa si se
activaran los elementos
socialistas del fascismo, llevándolo demasiado
. En esta perspectiva el fascismo es buscado de manera pragmática y utilitarista (es decir no meramente emocional, idealista o icónica) para solucionar problemas específicos y encontrar una salida. Un interés entonces no por la ideología en si, sino por los resultados positivos que se esperan del modelo de acuerdo con la lectura y reinterpretación que prevalece en la región. Las clases medias urbanas sienten también este atractivo y además –respondiendo a un impulso similar al europeo- buscan en el fascismo un referente que encaja en la ambición de promoverse como nueva clase dominante, a costa de las viejas oligarquías liberales y evitando el peligro proletario y rural. En fin, era ampliamente difusa una admiración más general y más superficial por la gran cultura italiana y la fascinación por un régimen de éxito y por el propio Mussolini como prototipo de un caudillo “latino” con una gran reputación internacional
Un punto al cual generalmente se presta poca
atención es la
oferta de un modelo de integración
nacional. Existen claros indicios en la literatura
de la época de que el
fascismo se proponía y
era percibido como un esquema de unificación,
una
fórmula para salir de «la poco clara e
indefinible consistencia étnica actual»
y para
superar «aquellas diferencias de clase que no
deberían existir en
Naciones en formación y
que necesitan una igualdad individual y
colectiva»
(VILLA, 1933, p. 99), apuntando en
cambio – según el modelo fascista italiano-
a
«una entidad nacional toda armónica, propia,
que sea finalmente en la
concepción y en la
realidad de los hechos un País orgánico y
formado, que pueda
aportar algo a la
comunidad de los pueblos civiles»(VILLA, 1933, p. 102).
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