sábado, 7 de mayo de 2016

ITALIA Y AMÉRICA LATINA


Abordaremos ahora el tema central de este
ensayo, comenzando con las percepciones
italianas sobre América Latina. Los fascist
as italianos heredan un conjunto de ideas y
visione corrientes en Italia y en Europa acerca
 de Latinoamérica. En pocas palabras América
Latina, en general, sería una región:
 

1.       perteneciente a la Civilización
occidental en su variante
 

“latina” pero periférica y dependiente de
Europa;

2.       aun subdesarrollada económica,
cultural y socialmente;

3.       caóticamente heterogénea, híbrida,
 en el aspecto antropológico-racial, con la
presencia de elementos humanos “menos desarrollados” o “decaídos” (negros e
indios);

4.       poco poblada y meta natural de la
emigración europea;

5.       con estados débiles, poco definidos
 en términos políticos e institucionales, y
 en busca de inspiración externa;

6.       bajo la amenaza de una hegemonía
angloamericana y asiática. [1]

Las manifestaciones políticas autoritarias
latinoamericanas llaman naturalmente la
 atención. Entre los años veinte y treinta el
autoritarismo latinoamericano transita de las
formas caudillistas decimonónicas a dictaduras
más modernas (militares y civiles). Varios
 dictadores buscan en el fascismo italiano una
 inspiración superficial (estilo), selectiva y
pragmática (militarismo, resurrección nacional
, antiimperialismo) sin llegar siquiera a las
formas “parafascistas” ibéricas (Salazar, Primo
de Rivera, Franco). Algunos intelectuales
encuentran, sin duda, una inspiración más
sustantiva, además se forman algunos
movimientos sedicentes “fascistas” o de
apariencia fascista. 
Los motivos de estas sugestiones por la Italia
fascista son diversos. Las clases dirigentes y los
 intelectuales ven en el fascismo un recetario
para resolver los problemas nacionales y
enlazarse con una ideología “de moda” con un
futuro que parece entonces promisorio. La
oferta de un modelo político modernizador
(nacionalista, corporativo, movilizador, etc.)
capaz de fortalecer las comunidades nacionales,
 consolidar los estados, proporcionar un
esquema económico viable, fortalecer el
liderazgo autoritario y proponer además un
cambio de equilibrios geopolíticos favorable
 tanto a las potencias emergentes como a las
“periferias” dependientes (que se liberarían de
los imperialismos tradicionales) resultaba
obviamente atractiva y en sintonía con
problemáticas generales y coyunturales
(integración nacional, industrialización
incipiente, crisis económica, imperialismo
“plutocrático”, rivalidades regionales, rezagos
 oligárquicos, debilidades institucionales). La
 aplicación controlada y desde arriba de un
“recetario” fascista evitaría los riesgos de una
movilización fascista desde abajo, que pudiera
 tornarse peligrosa si se activaran los elementos
socialistas del fascismo, llevándolo demasiado
 hacia la izquierda.[1] 
. En esta perspectiva el fascismo es buscado de manera pragmática y utilitarista (es decir no meramente emocional, idealista o icónica) para solucionar problemas específicos y encontrar una salida. Un interés entonces no por la ideología en si, sino por los resultados positivos que se esperan del modelo de acuerdo con la lectura y reinterpretación que prevalece en la región. Las clases medias urbanas sienten también este atractivo y además –respondiendo a un impulso similar al europeo- buscan en el fascismo un referente que encaja en la ambición de promoverse como nueva clase dominante, a costa de las viejas oligarquías liberales y evitando el peligro proletario y rural. En fin, era ampliamente difusa una admiración más general y más superficial por la gran cultura italiana y la fascinación por un régimen de éxito y por el propio Mussolini como prototipo de un caudillo “latino” con una gran reputación internacional
 
Un punto al cual generalmente se presta poca
atención es la oferta de un modelo de integración
nacional. Existen claros indicios en la literatura
 de la época de que el fascismo se proponía y
era percibido como un esquema de unificación,
 una fórmula para salir de «la poco clara e
indefinible consistencia étnica actual» y para
superar «aquellas diferencias de clase que no
deberían existir en Naciones en formación y
que necesitan una igualdad individual y
colectiva» (VILLA, 1933, p. 99), apuntando en
 cambio – según el modelo fascista italiano- a
 «una entidad nacional toda armónica, propia,
que sea finalmente en la concepción y en la 
realidad de los hechos un País orgánico y
formado, que pueda aportar algo a la
comunidad de los pueblos civiles»(VILLA, 1933, p. 102). 
 
 
 

 


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